Aprendiendo a zurcir

Hace unos años los Reyes Magos me trajeron unos estupendos guantes de cuero. Con los años, sus majestades se han ido volviendo más pragmáticas, y de vez en cuando sorprenden con artículos mundanos pero siempre útiles y muchas veces no sin estilo o calidad (¡gracias, Majestades!).

En España los utilizaba bastante, sobre todo porque me gustaba conducir con ellos cuando iba a la universidad por la mañana. La protección que me daban contra el tacto frío del volante (o, de vez en cuando, incluso cuando había que rascar el hielo del parabrisas) se agradecía bastante.

Ahora que estoy en Praga me vienen de lujo, como podéis imaginar. El clima centroeuropeo es, digamos, fresquito, y sobre todo ahora que se acerca el invierno (por mucho que diga mi nuevo amigo ruso).

El guante en cuestion
El guante en cuestion

Primera nevada, vista desde mi casa
Primera nevada, vista desde mi casa

El caso es que soy bastante destrozón, y el año pasado se me hizo un pequeño descosido en uno de los guantes, el izquierdo para más detalle. Con el uso, y el irlo dejando, el descosido se fue apropiando de todo un dedo, y al final el susodicho se asomaba entero por el (ya no tan pequeño) roto. Esto resultaba poco estilístico, además de la obvia reducción en la utilidad del accesorio. Y eso que los guantes tienen forro por dentro, que si no me habrían tenido que amputar el dedo por congelación.

Tras un mes de enseñar el dedo corazón (¡no me penséis mal!) a todos los checos del tranvía, acabé llegando a la conclusión de que la situación no podía seguir así. Armado de valor, acudí a mi proveedor habitual (Kaufland) y me equipé con un carrete de hilo del color que más discreto me pareció y de un par de agujas.

Nunca había cosido antes, sin contar una vez que ayudé (o estorbé, según como se mire) a mi santa madre a prepararme unas cortinas de la longitud adecuada para mi ventana. Además esa vez había de por medio máquina de coser.

Temerario, ni siquiera consulté al amigo Internet, temiendo perderme por los foros y wikis, y me puse manos a la obra. Con la técnica más básica que se me ocurrió, por no decir la única, me dispuse a volver a unir ambas partes del tejido. Pinchar la aguja a través del cuero resultó más difícil de lo esperado, quizá prueba de la calidad de la prenda. No necesitaba un zurzido bonito, pero sí algo útil, y con un poco de suerte que durara.

A la tercera puntada me pinché, por supuesto. Y ni siquiera con la punta de la aguja, sino al apretar con fuerza con la yema del pulgar. Tirita al dedo (a juego con la otra mano, que me quemé con la sartén ayer) y a seguir. Tuve que improvisar un dedal con cartón que tenía a mano, pero nada más grave.

Afortunadamente uno es miope (no tan afortunadamente, pero ayuda a ver de cerca y cosas pequeñas), y tiene cierta habilidad con los dedos, así que otra potencial fuente de problemas que podía ser el hilvanar no me supuso demasiado quebradero de cabeza. Y recordando lo poco que recordaba de aquella sesión con mi madre, cosí para un lado y para el otro, para afianzar el cosido, y le di un par de vueltas al hilo para rematar el remiendo. Disculpadme la falta de vocabulario técnico, pero me temo que en estos temas estoy poco instruido.

Detalle del resultado
Detalle del resultado

Finalmente me ha quedado una chapuza de la que estoy muy orgulloso, y ahora sólo queda esperar a ver cuánto dura el arreglo. Esto de vivir solo y lejos de mamá desde luego me está haciendo preocuparme por muchas cosas en las que antes no pensaba, pero este tipo de aprendizaje mundano le da a uno mucha satisfacción, y resulta una distracción entre tanto programar en perl y resolver problemas de modelos de Markov.

Foto bonus: el puente de carlos
Foto bonus: el puente de carlos