Música de cuerdas
Antiguamente se creía que los planetas, el Sol, la Luna y las estrellas se movían en círculos, engarzados como joyas en esferas de cristal completamente transparentes cuyo centro era la Tierra. Estas esferas perfectas, traslúcidas, impermeables e indestructibles, estaban supuestamente formadas por Quintaesencia, el quinto elemento de la materia, junto con fuego, agua, aire y tierra; y eran parte de un mundo superior, regido por la razón divina, casi siendo ellas mismas divinas.
En una visión más estética que científica o teológica, se afirmaba que el movimiento de estas esferas generaba una música celestial, armoniosa y perfecta, que inundaba el espacio exterior pero, desgraciadamente, era in-audible para nuestros oídos mortales. Esta bonita imagen se basaba en la observación de que la música y los acordes guardan proporciones matemáticas, y se pueden medir y reproducir las melodías expresando sus sonidos como relaciones numéricas entre, por ejemplo, las longitudes de diversas cuerdas que vibran.
Además, se daba la circunstancia de que las esferas portadoras de los planetas, el Sol y la Luna, habían sido complicadamente inscritas por los matemáticos dentro de los cinco sólidos platónicos o poliedros regulares, en su nombre más moderno. Estos son, a saber, el tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro; y su relación matemática, regida por la proporción áurea, es tan perfecta que tenía, por necesidad lógica, que producir una especie de música divina cuando las esferas girasen.
La necesidad lógica puede parecernos irrisoria hoy en día, sin embargo, durante mucho tiempo el racionalismo predominó sobre el empirismo, y se daba más validez a los razonamientos lógicos que a las pruebas materiales. Esta forma de pensar, que encontró su máximo exponente en Descartes, indujo al mismo Lord Kelvin a pelearse con los geólogos acerca de la edad de la Tierra y rechazar la teoría de Darwin, pues él la había calculado suponiendo que nuestro planeta siempre se enfriaba con la misma rapidez, cuando los geólogos tenían datos que daban a la Tierra una edad mucho mayor.
Hace tiempo que se rechazó la idea de las esferas, siendo sustituida con mucho más éxito y elegancia (aunque, me permito decir, menos armonía y musicalidad) por las teorías de Kepler y Newton sobre órbitas elípticas y atracción gravitatoria. Es más, en el último siglo se han desarrollado nuevas teorías para describir el Universo, entre ellas la relatividad y la física cuántica. Estas nuevas teorías son mucho más matemáticas y abstractas, y mucho menos geométricas, y nadie se ha molestado en buscar una música divina o una armonía celestial relacionadas con ellas.
Esto probablemente se debe a que en la actualidad, lo que no se ha observado o no tiene esperanzas de ser observado, es expulsado de la ciencia, y por tanto privado del gran prestigio que ésta tiene en nuestra sociedad. Así, se habla de protones, electrones, y demás ones, que nunca sabremos donde están o cómo se mueven (según dijo Heisenberg), pero sin embargo son plenamente aceptados e incluso utilizados. También se habla de un tiempo deformable, sujeto al espacio y cuya curvatura alcanza en puntos un valor infinito creando un agujero negro. No son teorías descabelladas, ni mucho menos, y se puede uno incluso formar una idea aproximada sobre ellas sin necesidad de ser un especialista. Sin embargo, carecen de la música y la belleza del anterior sistema.
Una hipótesis muy aceptada en la actualidad, o debería decir un conjunto de hipótesis, son las llamadas teorías de cuerdas, que pretenden (aunque aún no lo han conseguido todavía) aunar en una sola, gran y magistral Teoría de la Gran Unificación (así, con mayúsculas) las ideas detrás de la relatividad y la mecánica cuántica, que se pelean en la explicación del fenómeno que creyó resolver Newton, la gravedad.
Estas teorías de cuerdas postulan que nuestro Universo está dividido en, o contiene, unas 9, 10, 20 ó 21 dimensiones, a pesar de que sólo percibamos cuatro (tres espaciales y una temporal). Esto se debe a que las demás dimensiones están plegadas sobre sí mismas, haciéndose tan “finas” que no son apreciables a simple vista.
Para entender esto, hagamos uso de una analogía. Imaginemos un plano. Es un universo con dos dimensiones, ¿no es así? Los seres que viven en él pueden moverse por dos dimensiones. Pero, ¿que ocurre si cogemos dos de los lados del plano y los juntamos? Lo hacemos de manera que el plano se convierta en un finísimo cilindro, de sección insignificante pero longitud muy grande o incluso infinita. Si miramos ese “universo” desde muy lejos, digamos, desde la perspectiva de un ser muy grande, veremos una línea, de una sola dimensión. Sin embargo, vista desde cerca, podríamos apreciar que no tiene una, sino dos dimensiones.
Algo similar parece ocurrir con nuestro Universo. Hay cuatro dimensiones “desplegadas” y muchas otras tan enrolladas que no las podemos apreciar. Según la filosofía de la ciencia y la navaja de Ockham, podríamos olvidarnos de esas dimensiones adicionales, pero últimamente los físicos investigan mucho ciertas partículas, las subatómicas, que son tan pequeñas que se teme puedan verse afectadas por las dimensiones enrolladas. Es más, en sus últimos años de vida, Einstein consideró que la misma materia constituyente del Universo son pliegues muy cerrados de tejido espacio-temporal, idea similar a algo que podría desprenderse de las teorías de cuerdas: los distintos tipos de partículas son manifestaciones diferentes en las dimensiones muy plegadas de una misma materia única, o incluso sólo tejido del universo muy retorcido, quizá por las travesuras de un bosón de Higgs, dando lugar a las distintas manifestaciones de la materia. Aunque entonces, ¿qué es el bosón de Higgs? Pues no puede ser materia…
Incluso podría interpretarse la entropía, de forma puramente especulativa y sin base empírica alguna, como la tendencia de las cuerdas a estirarse y eliminar los pliegues que llamamos materia. Pero, llegando al quid de la cuestión, ¿no hablamos antes de que las cuerdas al vibrar producen sonidos? Y la armonía de estos sonidos puede expresarse de forma matemática, pues es la relación o proporción entre las distintas cuerdas más o menos largas. Pues bien, ¿no producirán las cuerdas de las que hablan los físicos, cuando vibran dando lugar a la materia y la energía, una música bella y armoniosa que se expanda por la nada exterior al universo? Esta música contendría la clave de la existencia, y sus acordes contarían la historia del Universo en una melodía eterna, ininterrumpida y, quién sabe, quizá divina.
N.B.: No pretendo dar ninguna explicación realista ni plantear una hipótesis científica, sólo juego con una idea que me parece bella, adulterando las teorías de cuerdas y de la relatividad, que escapan a mi comprensión y por tanto manejo de una forma más bien incauta y temeraria, y con casi absoluta seguridad, errónea.